Me despertó el sonido afilado del
campanario. El reloj de la mesita de noche marcaba las seis de la tarde. Tardé
un rato en poder despejar mí mente del
sueño, tenía hambre. Me incorporé y me senté en el borde de la cama, y a
tientas con los pies busqué las zapatillas de estar por casa bordadas, una con
un león, la otra con un cazador. Al ponerme en pie el dolor me recordó el
incidente del baño y me llevé automáticamente la mano a la cabeza.- <<Esto
me durará varios días>>-. Deambulé todavía sin vestir por la habitación
buscando algo que ponerme. No había nada limpio, cogí la sábana y me tapé como
si fuera una túnica, luego fui a la cocina y me preparé un café. Volvía a
apoderarse de mí esa sensación de perdida real y la angustia de pasarme el
resto de los días solo. No acabé de tomarme el café. Me levanté y salí al
pasillo, dirección al jardín. Era lo único que lograba calmarme. Me anudé bien
la sábana al cuerpo y fui a buscar la manguera de regadío que había colgada en
la pared de la casa, al lado de la puerta. La desenrollé y accioné la palanca
que daba el paso al agua. Con ella en la mano como una serpiente de un verde
mate, caminé descalzo por la tierra regando flores y árboles. Tenía los pies
embarrados y la túnica manchada de salpicaduras, no me importaba, me sentía bien
y el dolor de cabeza parecía que me daba una tregua, la intensidad había bajado
mucho, aunque seguía teniendo unas molestas palpitaciones en la parte de la
herida. Sólo me quedaba el limonero de ella por regar, fue lo último que hizo
antes de caer enferma. Yo la ayudé a plantarlo. Estrangulé la manguera para que
no saliera agua y me fijé en el árbol que apenas había empezado a crecer. Tenía
dos flores blancas. Sonreí pensando en ella, pero al fijarme en la base del
escuálido tronco solté la manguera que corrió como poseída esparciendo el agua
por doquier. Estaba pálido. Volvieron a mí todas las lágrimas del mundo. Allí,
en la base del Limonero, sobre la arena recién movida estaba plantada la urna
de mí amada. Seguía temblando, mientras, la manguera verde mate, me azotaba el
cuerpo como reprendiéndome. <<¿acaso había puesto yo la urna allí? No lo
recordaba en absoluto, de hecho juraría que no había salido a esa parte del
jardín, la que quedaba en la parte trasera de la casa. ¿me estaré volviendo
loco, o a sido el golpe?>> No tenía sentido. Me agaché llenándome las
rodillas de tierra mojada y me quedé mirando la urna. Después de todo que mejor
sitio sino. La coloqué bien y me puse en pie. Atrapé la manguera no sin
problemas y terminé de regar lo que faltaba de jardín. El tembleque de mis
manos hacía más complicada la faena. Los ojos no los apartaba de la urna. Y
como no, esa sensación de que algo no iba bien, volvía para atraparme. La urna.
Volví la mirada al limonero y me quede hipnotizado mirándola. Un helecho que
quedaba a la izquierda recibió un buen chorro de agua durante un buen rato,
mientras la tierra quedaba bien embarrada y se deslizaba poco a poco hacia mis
pies.
Una punzada de dolor en mi cabeza hizo que volviera a la realidad de
golpe, aparté la manguera del helecho y volví sobre mis pasos para cortar el
agua. Entré en casa, dejando unas huellas bien definidas de mis pies llenos de
barro por todo el pasillo hasta mi habitación. Cogí ropa que había usada en
algún momento y fui al baño a lavarme los pies. Me vestí, peiné y me dispuse a
salir a la calle. No podía estar en casa más rato, necesitaba tomar el aire y
quizás una buena cerveza en la taberna © Reservados todos los derechos de esta obra.
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