sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 5



¡Como pasa el tiempo! O las hojas en tu caso amigo lector. Hemos dejado a Mariela bajando impetuosamente la calle del campanario camino a la calle Mondadientes. Menuda mujer. Está a escasos metros de entrar en una cafetería donde seguramente pedirá dos bollos rellenos de crema y un café con leche bien caliente. Lo que ella no sabe que su rutina se verá rota a causa de los bollos, pero es otra historia y ahora mismo mejor nos centramos en la que tenemos justo aquí al lado.
El restaurante De Rechupete, uno de los más concurridos y curiosos del pueblo, y uno de mis favoritos. Como podréis ver en un momento, es casi un museo, claro, un museo muy personal de su dueño. La decoración…bueno, ya lo veréis.
Hoy es jueves, y como cada jueves el restaurante se pone a reventar, ¿y porqué? Hoy el menú es diferente, y la mujer del Jefe (como a él le gusta que le llamen, porque su nombre nunca le ha gustado. Ahora que no nos escucha, sería imposible porque para ellos no existimos, te diré su verdadero nombre. Graciano, si.) La mujer del jefe, que ya se me había ido el santo al cielo, canta, si, canta mientras los comensales cenan.
¿Verdad que tiene su qué? Mientras buscamos un sitio donde ponernos a observar, por la calle paralela al restaurante baja cabizbajo nuestro protagonista, suponemos que se dejará caer por aquí, como cada jueves.
Bueno, vamos a dejar que el restaurante y sus personajes nos cuenten como va transcurriendo el día. ¡Mirad! En la puerta está jefe y uno de sus empleados, veamos que pasa.




-¡Por ahí va el hijo del panadero!, menudo berzotas está hecho, ¡ya verás cuando se lo diga a tu padre!- Tenía la cara colorada como un tomate- Debe ser algo genético, sus padres todo el día respirando harina y cerca del horno, se les habrá reblandecido los sesos ,-agitaba un puño con indignación- así ha salido el niño. No, si ya dicen que los hijos salen a los padres, menudo alcornoque.- Se estiró hacia abajo el delantal con el nombre de su restaurante de rechupete, donde salía dibujado un niño regordete chupándose un grasiento dedo.
-No deberías ponerte así Jefe, es un niño… -se miraba la punta de sus zapatos.
-¡Pero que sabrás tú lavaplatos, es el demonio, el mismísimo diablo rebozado en harina, cuando lo coja pienso cocinarlo con verduras y mucho ajo y servirlo como plato de la semana!- Al lavaplatos le entró una arcada sólo de pensarlo.

 Cuando Jefe se ponía furioso su cara tenía el aspecto de una morsa, le temblaban los mofletes al hablar y alguna vez salpicaba con saliva a quien tuviera delante. Es un hombre grande en todos sus sentidos. Le dio un puntapié al Lavaplatos y entró en el restaurante.
De rechupete era un caserón viejo, el techo lo atravesaban vigas de madera con una mano de pintura marrón oscuro, alguna de ellas carcomidas por termitas como puños, cosa que hacía caer virutas diminutas en los platos de los clientes. Nunca nadie se quejó por eso. Al fondo de la sala, una chimenea con mas años que la campana de la iglesia, ardía a todas horas dando a la estancia un clima de lo más caliente y amenizando las comidas con su crepitar alegre. Se decía en la ciudad, que sólo esa chimenea había acabado con medio bosque, y nadie lo discutía.
 Había fotografías de Jefe en multitud de sitios, sobre todo pescando. Se le veía sonriendo al lado de una carpa que había sacado del rio. Debajo de la foto se podía leer, yo con una carpa de 28 kilos, plato del día durante tres días seguidos. Todavía se le podía escuchar alguna vez contar el trabajo que le costó sacarla del rio y que a su mujer le valió un baño y un peinado de veinticinco euros. Así había ocultado prácticamente una pared, docenas de peces distintos, desde los más pequeños, hasta los más monstruosos y feos. Estaba orgulloso.
 El otro lado del restaurante lo presidía una majestuosa barra de piedra, y quince taburetes altos, más de uno había quedado cojo, todos habían frecuentado el restaurante y sentado en unos de esos, llegándose a caer y romperse una pierna después de unas copas de más. Todos curiosamente se habían roto la pierna derecha.
Detrás de la barra, se encuentra la cocina, tan grande que se podría hacer de comer a toda la ciudad y parte de la vecina. La cocina era territorio de la mujer, campo minado para los que no trabajaban en ella. Diestra en el arte de los cuchillos y toda una experta en el despiece con hacha, sus trabajadores la temen con cualquier utensilio de cocina en sus manos. Como diría Lavaplatos, con su cuerpo de ninfa, esos ojos azul cielo de verano, la melena caoba como las brasas de la chimenea, con un chuchillo en las manos,  es tan mortal o más que la picadura de una Viuda negra. Es un encanto de mujer.  En este momento está preparando las patatas estofadas con pollo a la naranja. No sabe cocinar nada más, pero maneja los cachivaches de la cocina como ninguna. Adela, la mujer de Jefe, tiene una voz maravillosa, todos los jueves después de la cena canta su repertorio para los comensales, el precio del menú se  incrementa en tres euros. Una voz así se paga, como dice Jefe.
Hoy, de rechupete, estaba especialmente lleno. Las  cincuenta y dos mesas estaban ocupadas, nadie se quería perder el espectáculo. Jefe estaba  pletórico, hoy la caja sería cuantiosa. Con el dinero que tenía guardado y lo de hoy,  seguramente le llegaría para su regalo de aniversario de boda.
            -¡Lavaplatos, Fogones!- No era capaz de acordarse lo los nombres de sus trabajadores.- que esté todo listo para cuando os avise, ¡tú también… como te llames! A mi orden quiero todas las mesas con su vela encendida, los ceniceros de piedras de colores puestos y limpios, pero sobre todo ¡quiero los manteles relucientes!, los que llevan los peces bordados. ¡ENTENDIDO!- Se estiró el delantal hacía abajo, y se sacudió el polvo imaginario de sus zapatos.
            -¡Entendido Jefe!-, contestaron los tres tiesos como palos de escoba y salieron corriendo a buscar, los ceniceros, las velas y los manteles bordados con peces.
El  jolgorio del local iba en aumento, como las cervezas, vino, y licores. La temperatura subía gracias al trabajo forzado de la chimenea y una densa cortina de humo estaba suspendida sobre las cabezas de los clientes, amenazando con caer sobre ellos y engullirlos.

Se abrió la puerta y un viento arrabalero sacudió un par de fotografías y cayeron al suelo varias cartas con el menú. Entró un hombre. Desde la  barra, a contraluz, su silueta le daba un aire de caballero inglés despeinado. Cerró la puerta y a la claridad de la luz chispeante de las lámparas, Jefe vio quien era.

            -Tienes mala cara chico-, le puso una mano al hombro –Pasa y siéntate en la barra, hoy las mesas están todas llenas. ¡Mi dulce amor!- alzó la voz para que su mujer le oyera, no muy alta y con tono aterciopelado.- ¡Mira quien ha llegado!-se daba palmadas en su abultada barriga, -¡Sírvele algo, a ver si le cambia la cara, parece que se le haya muerto alguien!- sus carcajadas resonaron por toda la barra. Nadie se giró.
Adela fue contoneándose hasta el lado de la barra donde se encontraba su marido y el recién llegado.
            -¡Vaya, cuanto tiempo, querido!, pensábamos que estabas demasiado ocupado con tu chica como para venir a vernos. Me alegro de verte de nuevo.- Le acarició la mano con su dedo y acabó pasándole la uña brillantemente pintada de rojo por el dedo índice del chico.
            -Si, ha debido de estar muy ocupado intentando revivir esa jungla que él llama jardín- otra vez esa carcajada. Ahora su mejer se le unió con su risa aguda.
            -¡oh, vaya extranjero! ¿Qué te ha pasado en la cabeza?, menudo golpe, ¿te lo ha mirado un médico?, ¿no?, pues deberías ir, no tiene buen aspecto- Le aparto un mechón de pelo de le herida.
            -Si mi mujer lo dice, ¡Se hace!- le dio un manotazo en la espalda y obligó al extranjero a agarrarse a la barra para no caer de bruces.

La noche de aquel jueves fue impresionante, la mujer del jefe cantó como los ángeles y la gente bebió como los demonios. Se recaudó más de lo que jefe pensaba. Ya tenía regalo para su mujer. El extranjero bebió y hasta en algún momento cantó para sí canciones a dúo con Adela. Entre Copa y copa, lágrimas.


            Ha sido fantástico ¿verdad? Que espectáculo. Y como curiosidad os diré que tiempo atrás, cuando nuestro protagonista llegó a la ciudad, procedente de la gran urbe más allá de las montañas, nadie se preocupó de preguntarle como se llamaba, nadie lo hizo nunca, por ello se quedó con el nombre de Extranjero, nunca le preocupó, hasta le gustaba y como él decía, siempre hay algo en cada persona que mantener en secreto.
 



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