domingo, 23 de febrero de 2014

Preludio



                  -Deberíamos pararles, él es uno de los nuestros.
            -Con todos mis respetos director, ellos ahora mismo nos superan en numero y en infraestructura, por no decir que tienen tentáculos moviéndose por las altas esferas. –La sala era un hervidero, la tensión era evidente en los rostros de todos los allí congregados.
            -¡No podemos quedarnos de manos cruzadas!, tenemos que ayudarle, es nuestro mejor agente, el mejor. –se puso en pie y empezó a andar de un lado a otro mientras intentaba encenderse un cigarrillo sin mucho éxito.
            -Si, es el mejor. Mejor dicho, era el mejor, ya has visto lo que ha pasado, o lo paramos nosotros o lo paran ellos. Y créeme sus maneras no son nada delicadas. Nuestro agente ha puesto en peligro toda la organización, todos nuestros planes. Ya no es el que era, por mucho que me cueste admitirlo, es un peligro. –miró al hombre que seguía intentando encenderse el cigarrillo, las chispas que salían del encendedor iluminaban su rostro cansado.
            -¿y que pretendes hacer, señor Director?, ¿matarle?, porque visto lo visto es la única opción a no ser…
            -Estáis todos como regaderas, es serio. Y yo pensando que esto era una agencia de inteligencia. Como cencerros. –Unas filigranas de humo azulado y dulzón salían de la pipa mezclándose con la ya enrarecida atmósfera.
            -¡Tú cállate! Todo esto no debería haber pasado si hubieras hecho bien tu trabajo, ¡vete a la mierda tú y tu estúpida pipa!

            Los doce miembros del conclave empezaron a hablar a la vez. Las voces subieron de tono y las críticas volaban en círculos por la sala. Alguno había llegado a sacar su pistola y dejarla encima de la mesa como advertencia y varios de ellos se gritaban a la cara a escasos centímetros.

            -¡Callaos todos y sentaos! –El director se puso en pie y acompaño un gruñido gutural con una puñetazo en la mesa. –Nuestro compañero tiene razón, o lo matamos o utilizamos la máquina de la mente en blanco. Y yo me decanto por dejarle los sesos más blandos que un pastel de gelatina. –Los rostros de los miembros miraban fijamente al director, y fueron sentándose poco a poco. –Sé que todos vosotros os estaréis preguntando si funcionará, y os aseguro que si que lo hace. Los sujetos con los que hemos trabajado están perfectamente y alguno de ellos se encuentra entre nosotros. –Las miradas entre ellos se agudizaron intentando averiguar quien había pasado por ese trance. –La nueva máquina aparte de borrar, ahora es capaz de dotar al individuo de una nueva identidad, conocimientos y destrezas. Lo que queramos.

            La sala ahora estaba en un silencio que si hubiese entrado una mosca, su aleteo se habría escuchado a la perfección.
            El director miraba de uno en uno a todos los allí presentes, todos estaban atónitos y el sudor hizo aparición en más de uno.
            -Para llevar a cabo la transformación necesito vuestro apoyo ahora mismo. Todos sabéis de la importancia de nuestro agente. Su memoria reciente quedará guardada y a salvo de manos ajenas, toda la personalidad, pensamientos y recuerdos estarán almacenados en una serie de discos de alta densidad en un lugar que solo conoceremos cuatro de nosotros. Sé lo mucho que nos jugamos. Bien, ahora quiero que me apoyéis y juréis silencio.
            Todos inclinaron la cabeza en asentimiento y juraron al unísono.
-Bien, ahora que todos sabemos a que nos atenemos, debemos hacer lo posible para que nadie sepa de él. Con nuestra vida si es necesario. –Pulsó un botón que tenía delante y en menos de cinco segundos se abrió la puerta. Una ligera ráfaga de aire entró en la sala arremolinando el humo de la estancia. Un leve perfume se coló con la mujer que acababa de entrar.
-¿Está Benjamín controlado?           
-Si señor Director, está sedado y atado en la silla de la sala de interrogaciones, a sido complicado reducirlo.-Tenía los ojos llorosos, y le temblaban las manos, pero su rostro denotaba dureza.
-Perfecto Micaela, da la orden al laboratorio de que preparen la máquina y que lleven a Benjamín. Sobre todo que nadie hable con el, si es necesario, sédalo hasta dejarlo inconsciente. En una hora estaré allí con los demás.

Micaela se dio la vuelta y con ella se fue el perfume entre contoneos y sonidos de tacones de aguja.
La sala era como un velatorio, un silencio que se podía cortar y unos rostros serios y preocupados que serían la envidia de cualquier entierro.

-¡Señores! Vamos a arreglar todo este asunto. Demos a nuestro amigo una nueva vida y que Dios nos pille confesados si esto no sale bien.
 



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