¡Como
pasa el tiempo! O las hojas en tu caso amigo lector. Hemos dejado a Mariela
bajando impetuosamente la calle del campanario camino a la calle Mondadientes.
Menuda mujer. Está a escasos metros de entrar en una cafetería donde
seguramente pedirá dos bollos rellenos de crema y un café con leche bien
caliente. Lo que ella no sabe que su rutina se verá rota a causa de los bollos,
pero es otra historia y ahora mismo mejor nos centramos en la que tenemos justo
aquí al lado.
El restaurante De Rechupete,
uno de los más concurridos y curiosos del pueblo, y uno de mis favoritos. Como
podréis ver en un momento, es casi un museo, claro, un museo muy personal de su
dueño. La decoración…bueno, ya lo veréis.
Hoy es jueves, y como cada
jueves el restaurante se pone a reventar, ¿y porqué? Hoy el menú es diferente,
y la mujer del Jefe (como a él le gusta que le llamen, porque su nombre nunca
le ha gustado. Ahora que no nos escucha, sería imposible porque para ellos no
existimos, te diré su verdadero nombre. Graciano, si.) La mujer del jefe, que
ya se me había ido el santo al cielo, canta, si, canta mientras los comensales
cenan.
¿Verdad que tiene su qué?
Mientras buscamos un sitio donde ponernos a observar, por la calle paralela al
restaurante baja cabizbajo nuestro protagonista, suponemos que se dejará caer
por aquí, como cada jueves.
Bueno, vamos a dejar que el
restaurante y sus personajes nos cuenten como va transcurriendo el día. ¡Mirad!
En la puerta está jefe y uno de sus empleados, veamos que pasa.
-¡Por ahí va el hijo del panadero!, menudo
berzotas está hecho, ¡ya verás cuando se lo diga a tu padre!- Tenía la cara colorada
como un tomate- Debe ser algo genético, sus padres todo el día respirando
harina y cerca del horno, se les habrá reblandecido los sesos ,-agitaba un puño
con indignación- así ha salido el niño. No, si ya dicen que los hijos salen a
los padres, menudo alcornoque.- Se estiró hacia abajo el delantal con el nombre
de su restaurante de rechupete, donde
salía dibujado un niño regordete chupándose un grasiento dedo.
-No deberías ponerte así Jefe, es un niño…
-se miraba la punta de sus zapatos.
-¡Pero que sabrás tú lavaplatos, es el
demonio, el mismísimo diablo rebozado en harina, cuando lo coja pienso
cocinarlo con verduras y mucho ajo y servirlo como plato de la semana!- Al
lavaplatos le entró una arcada sólo de pensarlo.
Cuando
Jefe se ponía furioso su cara tenía el aspecto de una morsa, le temblaban los
mofletes al hablar y alguna vez salpicaba con saliva a quien tuviera delante. Es
un hombre grande en todos sus sentidos. Le dio un puntapié al Lavaplatos y
entró en el restaurante.
De
rechupete era un caserón
viejo, el techo lo atravesaban vigas de madera con una mano de pintura marrón
oscuro, alguna de ellas carcomidas por termitas como puños, cosa que hacía caer
virutas diminutas en los platos de los clientes. Nunca nadie se quejó por eso.
Al fondo de la sala, una chimenea con mas años que la campana de la iglesia,
ardía a todas horas dando a la estancia un clima de lo más caliente y
amenizando las comidas con su crepitar alegre. Se decía en la ciudad, que sólo
esa chimenea había acabado con medio bosque, y nadie lo discutía.
Había fotografías de Jefe en multitud de
sitios, sobre todo pescando. Se le veía sonriendo al lado de una carpa que
había sacado del rio. Debajo de la foto se podía leer, yo con una carpa de 28 kilos, plato del día durante tres días seguidos.
Todavía se le podía escuchar alguna vez contar el trabajo que le costó
sacarla del rio y que a su mujer le valió un baño y un peinado de veinticinco
euros. Así había ocultado prácticamente una pared, docenas de peces distintos,
desde los más pequeños, hasta los más monstruosos y feos. Estaba orgulloso.
El
otro lado del restaurante lo presidía una majestuosa barra de piedra, y quince
taburetes altos, más de uno había quedado cojo, todos habían frecuentado el
restaurante y sentado en unos de esos, llegándose a caer y romperse una pierna
después de unas copas de más. Todos curiosamente se habían roto la pierna
derecha.
Detrás de la barra, se encuentra la
cocina, tan grande que se podría hacer de comer a toda la ciudad y parte de la
vecina. La cocina era territorio de la mujer, campo minado para los que no
trabajaban en ella. Diestra en el arte de los cuchillos y toda una experta en
el despiece con hacha, sus trabajadores la temen con cualquier utensilio de
cocina en sus manos. Como diría Lavaplatos, con su cuerpo de ninfa, esos ojos
azul cielo de verano, la melena caoba como las brasas de la chimenea, con un
chuchillo en las manos, es tan mortal o
más que la picadura de una Viuda negra. Es un encanto de mujer. En este momento está preparando las patatas
estofadas con pollo a la naranja. No sabe cocinar nada más, pero maneja los
cachivaches de la cocina como ninguna. Adela, la mujer de Jefe, tiene una voz
maravillosa, todos los jueves después de la cena canta su repertorio para los
comensales, el precio del menú se
incrementa en tres euros. Una voz así se paga, como dice Jefe.
Hoy, de
rechupete, estaba especialmente lleno. Las
cincuenta y dos mesas estaban ocupadas, nadie se quería perder el
espectáculo. Jefe estaba pletórico, hoy
la caja sería cuantiosa. Con el dinero que tenía guardado y lo de hoy, seguramente le llegaría para su regalo de
aniversario de boda.
-¡Lavaplatos, Fogones!-
No era capaz de acordarse lo los nombres de sus trabajadores.- que esté todo
listo para cuando os avise, ¡tú también… como te llames! A mi orden quiero
todas las mesas con su vela encendida, los ceniceros de piedras de colores
puestos y limpios, pero sobre todo ¡quiero los manteles relucientes!, los que
llevan los peces bordados. ¡ENTENDIDO!- Se estiró el delantal hacía abajo, y se
sacudió el polvo imaginario de sus zapatos.
-¡Entendido Jefe!-,
contestaron los tres tiesos como palos de escoba y salieron corriendo a buscar,
los ceniceros, las velas y los manteles bordados con peces.
El
jolgorio del local iba en aumento, como las cervezas, vino, y licores.
La temperatura subía gracias al trabajo forzado de la chimenea y una densa
cortina de humo estaba suspendida sobre las cabezas de los clientes, amenazando
con caer sobre ellos y engullirlos.
Se abrió la puerta y un viento arrabalero
sacudió un par de fotografías y cayeron al suelo varias cartas con el menú.
Entró un hombre. Desde la barra, a
contraluz, su silueta le daba un aire de caballero inglés despeinado. Cerró la
puerta y a la claridad de la luz chispeante de las lámparas, Jefe vio quien
era.
-Tienes mala cara
chico-, le puso una mano al hombro –Pasa y siéntate en la barra, hoy las mesas
están todas llenas. ¡Mi dulce amor!- alzó la voz para que su mujer le oyera, no
muy alta y con tono aterciopelado.- ¡Mira quien ha llegado!-se daba palmadas en
su abultada barriga, -¡Sírvele algo, a ver si le cambia la cara, parece que se
le haya muerto alguien!- sus carcajadas resonaron por toda la barra. Nadie se
giró.
Adela fue contoneándose hasta el lado de la barra donde se
encontraba su marido y el recién llegado.
-¡Vaya, cuanto
tiempo, querido!, pensábamos que estabas demasiado ocupado con tu chica como
para venir a vernos. Me alegro de verte de nuevo.- Le acarició la mano con su
dedo y acabó pasándole la uña brillantemente pintada de rojo por el dedo índice
del chico.
-Si, ha debido de
estar muy ocupado intentando revivir esa jungla que él llama jardín- otra vez
esa carcajada. Ahora su mejer se le unió con su risa aguda.
-¡oh, vaya
extranjero! ¿Qué te ha pasado en la cabeza?, menudo golpe, ¿te lo ha mirado un
médico?, ¿no?, pues deberías ir, no tiene buen aspecto- Le aparto un mechón de
pelo de le herida.
-Si mi mujer lo
dice, ¡Se hace!- le dio un manotazo en la espalda y obligó al extranjero a
agarrarse a la barra para no caer de bruces.
La noche de aquel jueves fue impresionante,
la mujer del jefe cantó como los ángeles y la gente bebió como los demonios. Se
recaudó más de lo que jefe pensaba. Ya tenía regalo para su mujer. El
extranjero bebió y hasta en algún momento cantó para sí canciones a dúo con Adela.
Entre Copa y copa, lágrimas.
Ha sido fantástico ¿verdad? Que espectáculo.
Y como curiosidad os diré que tiempo atrás, cuando nuestro protagonista llegó a
la ciudad, procedente de la gran urbe más allá de las montañas, nadie se
preocupó de preguntarle como se llamaba, nadie lo hizo nunca, por ello se quedó
con el nombre de Extranjero, nunca le preocupó, hasta le gustaba y como él
decía, siempre hay algo en cada persona que mantener en secreto.
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