-Deberíamos pararles, él es uno de los nuestros.
-Con todos mis
respetos director, ellos ahora mismo nos superan en numero y en
infraestructura, por no decir que tienen tentáculos moviéndose por las altas
esferas. –La sala era un hervidero, la tensión era evidente en los rostros de
todos los allí congregados.
-¡No podemos
quedarnos de manos cruzadas!, tenemos que ayudarle, es nuestro mejor agente, el
mejor. –se puso en pie y empezó a andar de un lado a otro mientras intentaba
encenderse un cigarrillo sin mucho éxito.
-Si, es el mejor.
Mejor dicho, era el mejor, ya has visto lo que ha pasado, o lo paramos nosotros
o lo paran ellos. Y créeme sus maneras no son nada delicadas. Nuestro agente ha
puesto en peligro toda la organización, todos nuestros planes. Ya no es el que
era, por mucho que me cueste admitirlo, es un peligro. –miró al hombre que
seguía intentando encenderse el cigarrillo, las chispas que salían del
encendedor iluminaban su rostro cansado.
-¿y que pretendes
hacer, señor Director?, ¿matarle?, porque visto lo visto es la única opción a
no ser…
-Estáis todos como
regaderas, es serio. Y yo pensando que esto era una agencia de inteligencia.
Como cencerros. –Unas filigranas de humo azulado y dulzón salían de la pipa
mezclándose con la ya enrarecida atmósfera.
-¡Tú cállate! Todo
esto no debería haber pasado si hubieras hecho bien tu trabajo, ¡vete a la
mierda tú y tu estúpida pipa!
Los doce miembros
del conclave empezaron a hablar a la vez. Las voces subieron de tono y las
críticas volaban en círculos por la sala. Alguno había llegado a sacar su
pistola y dejarla encima de la mesa como advertencia y varios de ellos se
gritaban a la cara a escasos centímetros.
-¡Callaos todos y
sentaos! –El director se puso en pie y acompaño un gruñido gutural con una
puñetazo en la mesa. –Nuestro compañero tiene razón, o lo matamos o utilizamos
la máquina de la mente en blanco. Y yo me decanto por dejarle los sesos más
blandos que un pastel de gelatina. –Los rostros de los miembros miraban
fijamente al director, y fueron sentándose poco a poco. –Sé que todos vosotros
os estaréis preguntando si funcionará, y os aseguro que si que lo hace. Los
sujetos con los que hemos trabajado están perfectamente y alguno de ellos se
encuentra entre nosotros. –Las miradas entre ellos se agudizaron intentando
averiguar quien había pasado por ese trance. –La nueva máquina aparte de
borrar, ahora es capaz de dotar al individuo de una nueva identidad,
conocimientos y destrezas. Lo que queramos.
La sala ahora
estaba en un silencio que si hubiese entrado una mosca, su aleteo se habría
escuchado a la perfección.
El director miraba
de uno en uno a todos los allí presentes, todos estaban atónitos y el sudor
hizo aparición en más de uno.
-Para llevar a
cabo la transformación necesito vuestro apoyo ahora mismo. Todos sabéis de la
importancia de nuestro agente. Su memoria reciente quedará guardada y a salvo
de manos ajenas, toda la personalidad, pensamientos y recuerdos estarán
almacenados en una serie de discos de alta densidad en un lugar que solo
conoceremos cuatro de nosotros. Sé lo mucho que nos jugamos. Bien, ahora quiero
que me apoyéis y juréis silencio.
Todos inclinaron
la cabeza en asentimiento y juraron al unísono.
-Bien, ahora que todos sabemos a que nos
atenemos, debemos hacer lo posible para que nadie sepa de él. Con nuestra vida
si es necesario. –Pulsó un botón que tenía delante y en menos de cinco segundos
se abrió la puerta. Una ligera ráfaga de aire entró en la sala arremolinando el
humo de la estancia. Un leve perfume se coló con la mujer que acababa de
entrar.
-¿Está Benjamín controlado?
-Si señor Director, está sedado y atado en
la silla de la sala de interrogaciones, a sido complicado reducirlo.-Tenía los
ojos llorosos, y le temblaban las manos, pero su rostro denotaba dureza.
-Perfecto Micaela, da la orden al
laboratorio de que preparen la máquina y que lleven a Benjamín. Sobre todo que
nadie hable con el, si es necesario, sédalo hasta dejarlo inconsciente. En una
hora estaré allí con los demás.
Micaela se dio la vuelta y con ella se fue
el perfume entre contoneos y sonidos de tacones de aguja.
La sala era como un velatorio, un silencio
que se podía cortar y unos rostros serios y preocupados que serían la envidia
de cualquier entierro.
-¡Señores! Vamos a arreglar todo este
asunto. Demos a nuestro amigo una nueva vida y que Dios nos pille confesados si
esto no sale bien.
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